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Más de un millón de cubanos, reunidos en Asamblea General Nacional en la Plaza de la Revolución el 2 de septiembre de 1960, aprobaron a mano alzada la Primera Declaración de La Habana como un colosal grito de rebeldía y combate frente a las agresiones y arrogancia del imperio estadounidense.
Cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz sometió a votación el texto leído por él, la Plaza se sacudió con la aprobación de un millón de cubanos dispuestos a defender su Revolución al costo de sus propias vidas si fuese necesario por principios que mantienen hoy plena vigencia.
Tensando cada vez más su política hostil, el Gobierno norteamericano tres meses antes había cancelado la compra de azúcar a Cuba, con la intención manifiesta de ahogarla en la miseria y el hambre. Pero frente a esa brutal agresión económica, la respuesta revolucionaria fue la nacionalización de todas las grandes empresas extranjeras radicadas en la Isla.
La Primera Declaración de La Habana fue una viril réplica a la Declaración de San José, acordada por la Organización de Estados Americanos (OEA) en Costa Rica para expulsar a Cuba de ese foro y donde el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, denunció con valentía y palabras filosas los ataques, falacias y maniobras de Estados Unidos y sus acólitos, contra la Isla.
En nombre de Cuba y recogiendo el sentir de los pueblos de América condena en todos sus términos la denominada Declaración de San José de Costa Rica, documento dictado por el imperialismo norteamericano y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del Continente, precisa la Declaración de La Habana en su primer punto.
En su segundo punto, condena enérgicamente la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre todos los pueblos de la América Latina, pueblos que más de una vez han visto invadido su suelo en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo o Cuba.
Denuncia el robo por la voracidad de los imperialistas yanquis de extensas y ricas zonas, como Texas, centros estratégicos vitales como el Canal de Panamá, y países enteros como Puerto Rico, convertido en territorio de ocupación y que han sufrido el trato vejaminoso de los infantes de marina.
Esa intervención, afianzada en la superioridad militar, en tratados desiguales y en la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido a lo largo de más de 100 años a América, la América que Bolívar, Hidalgo, Benito Juárez, San Martín, O Higgins, Sucre y Martí quisieron libre, en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui, en reserva de votos para los organismos internacionales, en los cuales los países latinoamericanos hemos figurado como arrias del Norte revuelto y brutal que nos desprecia, agrega.
“La aceptación por parte de gobiernos que asumen oficialmente la representación de los países de América Latina de esa intervención continuada e históricamente irrebatible, advierte, traiciona los ideales independentistas de sus pueblos, borra su soberanía e impide la verdadera solidaridad entre los países americanos, lo que obliga a esta Asamblea a repudiarla”, recalca.
El punto tercero rechaza el “intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, para extender el dominio en América de los imperialistas voraces”, y en el cuarto punto aclara que “la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que Cuba fuera atacada por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada, jamás, como un acto de intromisión, sino un evidente acto de solidaridad”.
El punto quinto ratifica la política de amistad de Cuba con la Unión Soviética, China y todos los pueblos del mundo, y reafirma su propósito de establecer relaciones diplomáticas también con todos los países socialistas de entonces, en tanto el punto sexto proclama que “la democracia sólo existirá en América Latina cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no están reducidos por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos, a la más ominosa impotencia”.
Igualmente, proclama ante América el derecho de los campesinos a la tierra; del obrero al fruto de su trabajo; de los niños a la educación; de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; de los jóvenes al trabajo; de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; de los negros y los indios a la dignidad plena del hombre; de la mujer a la igualdad civil, social y política; del anciano a una vejez segura; de los intelectuales, artistas y científicos a luchar con sus obras por un mundo mejor; de los estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas para rescatar sus riquezas y recursos nacionales; de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; de las naciones a su plena soberanía; de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, a armar a sus obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por si mismos, sus derechos y sus destinos.
El punto séptimo postula el deber de los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales, negros, indios, jóvenes, mujeres y ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales, así como el deber de las naciones oprimidas y explotadas, a luchar por su liberación y el deber de cada pueblo a la solidaridad de hermanos con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos en cualquier lugar del mundo que estén.
Finalmente, en el punto octavo Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y ratifica su decisión de trabajar por ese común destino latinoamericano.