
El famoso “toque a degüello” de los cornetas del ejército mambí ponía a las tropas españolas en nerviosismo extremo, previo a la desbandada, pues sabían que una caballería al galope con sus machetes al viento cortaría sus defensas con el mismo filo que a los cuerpos de los soldados de la metrópoli.
Lo que muchos hoy no saben es que la temida “carga al machete” fue una táctica de combate introducida en Cuba en los primeros días de noviembre de 1868 por un joven dominicano, que combatió desde los 16 años junto al ejército español contra las invasiones haitianas de Faustine Soulouque, en donde obtuvo por su bravura el grado de alférez.
Ese joven que nació en Baní en 1836, a 84 kilómetros al oeste de Santo Domingo la capital de República Dominicana, respondía al nombre de Máximo Gómez Báez y viajó luego con su familia a la vecina isla de Cuba, cuando ya era un convencido opositor de la ocupación colonial española.
Lo aprendido en su país natal al comandar las fuerzas de caballería del general Modesto Díaz en el combate de la sabana de Santomé, lo aplicó en Cuba al incorporarse a las fuerzas mambisas el 14 de octubre de 1868, a sólo cuatro días del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua.
A partir de ese momento, la carga al machete acompañó siempre a este genio militar y ejemplo de internacionalista en su rica trayectoria como combatiente y jefe, como general en la Guerra de los Diez Años y General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95.
En los Pinos de Baire, con una tropa casi sin fusiles y con esclavos liberados que sólo contaban con un machete como arma, al iniciar noviembre de 1868 Máximo Gómez, con 32 años, dirigió la primera carga al machete, precipitándose como un centauro contra los cuadros de la infantería enemiga.
Ni españoles ni cubanos habían conocido en Cuba la eficacia del machete como arma de combate y allí se consagró para siempre. A partir del encuentro en los Pinos de Baire, el nombre de Máximo Gómez se escribió indeleblemente en la epopeya independentista cubana.
El Generalísimo, como era su cargo en la Guerra Necesaria, envainó por última vez su machete en 1998 al robar Estados Unidos el cercano triunfo contra España de las armas mambisas y ocupar militarmente el territorio nacional, en aras supuestamente de apoyar el surgimiento de una república independiente.
Cuando parecía que se dedicaría a descansar junto a su familia después de más de 30 años de guerra y 235 combates en los que recibió sólo dos heridas, el viejo guerrero empleó sus últimas fuerzas en una campaña popular de unidad contra el engendro de reelección del anexionista Tomás Estrada Palma, traidor de la confianza depositada en él por José Martí al elegirlo al partir a la guerra en Cuba como Delegado del Partido Revolucionario Cubano.
El 12 de marzo de 1899, la Asamblea del Cerro acordó la destitución de Máximo Gómez como General en Jefe del Ejército Libertador, y la eliminación definitiva de ese cargo. Gómez, en un manifiesto a la nación, expresó: "Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario; y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse. Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Prometo a los cubanos que, donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo".
Al conocerse la noticia, las masas populares realizaron manifestaciones de condena a la Asamblea del Cerro y de solidaridad con Gómez. Durante tres días, el pueblo desfiló ante la habanera Quinta de los Molinos en espontánea acción de desagravio y en toda la isla se quemaron monigotes que representaban a los asambleístas
Gómez muere el 17 de junio de 1905 a los 69 años, sin fortuna personal, en su villa habanera en la llamada Quinta de los Molinos. Sus ideas en el final de su vida sobre la ocupación estadounidense de la Isla las escribe una carta abierta a su esposa, Bernarda Toro, donde dice: "Los que esperan, están desesperados. Como ya no espero nada, estoy muy tranquilo con mi inesperada situación, descargado de toda responsabilidad y gozando del cariño de este pueblo que ahora más que nunca, me lo ha demostrado, comprometiendo, por modo tan elevado y sentido, mi gratitud eterna. (...) La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo Cubano, en estos momentos históricos, nos revela a mi juicio más que un gran negocio... Nada más racional y justo, que el dueño de una casa, sea él mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía".