
La nacionalización de todas las empresas de Estados Unidos en Cuba, el 24 de octubre de 1960, no fue sólo una respuesta a las agresiones recibidas desde el mismo triunfo de la Revolución sino un paso imprescindible para el desarrollo económico del país en su tránsito hacia el socialismo.
Inmediatamente luego del Triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959, y antes de que arreciaran las agresiones de Estados Unidos, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz afirmaba que el enfrentamiento con el capital extranjero: "era el camino correcto de un pueblo que quisiera liberarse (…) que las industrias sean de la nación y la nación pague con su producción; pero que las empresas sean nacionales, que el país no tenga que estar dependiendo de la voluntad de amos extranjeros. Que el amo de sus riquezas sea el país, porque no se concibe un país libre cuya economía sea economía de extranjeros".
En plena correspondencia con las ideas de Fidel, el comandante Ernesto Che Guevara subrayó semanas después, en comparecencia televisiva que “nuestro camino hacia la liberación nacional está dado por la victoria sobre los monopolios y sobre los monopolios norteamericanos concretamente".
Anteriormente, al clausurar el I Congreso Latinoamericano de Juventudes, en el Estadio del Cerro, (hoy Estadio Latinoamericano), el sábado 6 de agosto de 1960, Fidel anunció la nacionalización de 26 compañías yanquis que poseían tres refinerías de petróleo, los monopolios de la electricidad y del teléfono, así como 36 de los mejores centrales azucareros del país, cuya producción abarcaba el 36 por ciento del total nacional y un volumen similar a lo elaborado entonces por Hawái y Puerto Rico.
En esos momentos Cuba se enfrentaba a constantes agresiones y amenazas del gobierno de Washington, pero las masas populares tenían plena confianza en el programa revolucionario y la entonces Unión Soviética (URSS) y el Campo Socialista apoyaron firmemente la política emprendida por el país.
Durante décadas, tres empresas foráneas (ESSO, Texaco y Shell), asumieron la importación, refinación y el suministro de combustible en Cuba. Traían el petróleo en sus barcos desde pozos de su propiedad y lo vendían al Estado cubano a tres dólares el barril. El Estado les pagaba además por la refinación y producción de derivados, los que vendían luego las transnacionales al propio Estado y a particulares cubanos en sus propias cadenas de gasolineras.
Poco después del triunfo revolucionario, por órdenes del gobierno de Estados Unidos, esas compañías extranjeras limitaron su importación y refinación de petróleo para provocar una escasez artificial de combustible en nuestro país. Entonces Cuba adquiría también petróleo en Venezuela, pero las empresas yanquis se rehusaron a alquilar sus supertanqueros para transportarlo.
En el primer convenio comercial con la URSS, el Estado soviético se comprometió a vender petróleo a Cuba, a poco más de dos dólares el barril y transportarlo. Entonces las trasnacionales estadounidenses se negaron a refinarlo, con lo cual violaban el artículo 44 de la Ley de Minerales y Combustibles (en vigor desde el 9 de mayo de 1938) que estipulaba la obligación de procesar el petróleo crudo suministrado por el Estado cubano.
Desde Washington se alzaron voces prepotentes profiriendo amenazas de reducir o eliminar la cuota cubana en el mercado azucarero norteamericano, si el gobierno revolucionario aplicaba con rigor la legislación. Fidel respondió: "Nos quitaran las cuotas, ¡pero con las cuotas que nos quiten tendrán que acabarse de arrancar la careta de explotadores y enemigos de la humanidad!, nos quitaran las cuotas, ¡pero con las cuotas tendrán que arrancarse para siempre la simpatía del pueblo de Cuba!, nos quitaran las cuotas, ¡pero con las cuotas no podrán quitarnos la vergüenza y la dignidad con que estamos dispuestos a morir en nuestra tierra". El premier ruso, Nikita Jruschov, anunció entonces, en un mensaje solidario a Fidel, que su país estaba dispuesto a comprar todo el azúcar cubano, que Estados Unidos no comprara.
Aun así, los ocupantes de la Casa Blanca persistieron en su actitud y el 28 de junio de 1960 el Gobierno Revolucionario intervino la planta de Texaco, en Santiago de Cuba. Tres días después, corrieron igual suerte en La Habana, las instalaciones de la ESSO y la angloholandesa Shell.
En respuesta, Estados Unidos promulgó la tristemente célebre Ley Puñal, con la cual redujeron drásticamente la cuota azucarera cubana al mercado norteamericano. El 5 de julio de 1960, Cuba replicó con la Ley Escudo, que facultaba al Gobierno a nacionalizar empresas y bienes foráneos por la vía de la expropiación forzosa, garantizando su correspondiente indemnización, lo cual fue ejecutado mediante ley el 24 de octubre de 1960 que incluyó a la United Fruit Company, la Manatí Sugar Company y otras.
Las agresiones de Washington continuaron y se incrementaron. El presidente norteamericano John F. Kennedy, después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, y mediante Orden Ejecutiva Presidencial del 3 de febrero de 1962 implantó contra Cuba un férreo bloqueo económico, comercial, financiero y tecnológico, llamado eufemísticamente “embargo” por los ocupantes de la Casa Blanca, el cual ya sobrepasó los 60 años de su implantación y constituye el genocidio más prolongado en el mundo contra un pueblo por la única razón de no someterse a los dictados de Washington.
Ignorando la reiterada condena anual, casi unánime durante más de tres décadas de la comunidad internacional representada en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el gobierno del presidente Donald Trump incrementó el criminal bloqueo con 243 medidas y a punto de irse de la Casa Blanca incluyó a Cuba en la espuria lista de patrocinadores del terrorismo, todo lo cual mantiene intacto el actual gobierno de Joe Biden. Pese a ello Cuba sigue resistiendo y venciendo nuevos desafíos con el apoyo de su pueblo y la solidaridad de pueblos y gobiernos del mundo, hasta lograr la eliminación de todas esas criminales medidas.