
Cuando se habla de ética para un revolucionario es obligatorio remitirse a las enseñanzas del Apóstol de Cuba, José Martí, quien afirmaba que “tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud”, y consideraba ésta última como un punto central de su plataforma ideológica.
Armando Hart explica este concepto en uno de sus ensayos cuando escribe: “Martí concibe la política como una categoría de la práctica, pero ella está condicionada en sus fines por la ética. El la concibe como una vocación de servicio al pueblo, como un sacrificio, con una correspondencia entre el decir y el hacer. Uno de sus rasgos esenciales es el superar el divide y vencerás de la vieja tradición reaccionaria de Maquiavelo y aún de antes, de la época de Roma, y asumir el principio unir para vencer”.
Nada más a propósito que hablar de la ética en el 170 aniversario del natalicio del Maestro, cuando en todo el país firman sus compromiso con estos principios los nuevos auditores en un marco de identificación con las ideas martianas y fidelistas, que resumen también los principios del Titán de Bronce Antonio Maceo y de José de la Luz y Caballero.
Al respecto de la ética escribía Maceo, “jamás vacilaré porque mis actos son el resultado, el hecho vivo de mi pensamiento, y yo tengo el valor de lo que pienso, si lo que pienso forma parte de la doctrina moral de mi vida (..). La conformidad de la obra con el pensamiento: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber. De este modo cabe que yo sea el primer juez de mis acciones, sirviéndome del criterio racional histórico para apreciarlas, la conciencia de que nada puede disculpar el sacrificio de lo general humano a lo particular”.
Otra importante definición de ética aparece en un texto de José de la Luz y Caballero, donde afirma que “antes quisiera yo ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral”.
“La ética no se manifiesta en abstracto, no vive ajena a las realidades. La ética tiene que vivir en el seno de la sociedad, escribía Hart. No bastan las palabras, que son necesarias, enfatizaba tras aclarar que “hace falta también buscar las formas institucionales, diríamos jurídicas, sociales, para consolidar la ética. Este es un punto cardinal para la consideración del tema. Y el tema de la ética está planteado hoy en el mundo como una necesidad impostergable. Porque lo que está en juego no es sólo un país o una clase social. Está en juego la existencia misma de la especie humana”.
En su magistral definición del concepto de Revolución, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz subraya como valor permanente en la relación con el pueblo el no mentir jamás ni violar principios éticos. Desde su trinchera a través de las Reflexiones, se pronunció categóricamente una y otra vez por el predominio de la justicia y la solidaridad, valores éticos esenciales en las relaciones entre los hombres y los pueblos.
En la década de los años sesenta del pasado siglo Fidel y el comandante Ernesto Che Guevara insistieron en la importancia de los factores morales en la construcción del socialismo, como expresión del papel de la subjetividad en el triunfo y consolidación de la revolución, continúa el análisis de Hart sobre este importante tema.
En su discurso en la conferencia por el aniversario 150 del natalicio de Martí, Fidel dijo que para nosotros los cubanos Martí es la idea del bien y añadió que: “de él habíamos recibido por encima de todo los principios éticos, sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución. De él recibimos igualmente su inspirador patriotismo y un concepto tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría habernos enseñado”.
Con su conocimiento acerca de la subjetividad humana propia de su siglo, Martí alertaba sobre la necesidad de lograr ese crecimiento espiritual como contrapartida de la ambición material que deriva de las relaciones que ya imponía el capitalismo, precisa Hart en su ensayo, y cita la idea del Apóstol expresada en carta a su amigo Eulogio Carbonell en enero de 1892 cuando decía: “Este mundo tiene increíbles vilezas, ocasionadas casi todas por el interés. No hay más modo de salvarse que moderar las necesidades. La sobriedad es la virtud. El que necesita poco es fácilmente honrado”.
El desinterés material a que alude en este caso nada tiene que ver con el extremo de dejar de lado la satisfacción de necesidades básicas, sino que orienta la moderación y sobriedad, principio ético coincidente con la moral socialista y también con la moral cristiana.
Ahora bien, cuando en otra parte de sus escritos el Apóstol se refiere a que “sólo la moralidad de los individuos conserva el esplendor de las naciones”, está asumiendo que el estado moral de los ciudadanos es espejo de la moralidad de la nación, un criterio que lo sitúa entre las concepciones más progresistas en el campo de la ética. “La moral señalada por Martí, concluye Armando Hart, se caracteriza esencialmente por la negación del individualismo, donde la vida humana se concibe como un continuo bregar en función de los demás. Ser moral, en términos martianos, no es un concepto abstracto sino esencialmente práctico, que significa vivir en lucha cotidiana por la liberación humana y no como un medio para la obtención de beneficios personales”.
Pero nadie pudiera considerar débil la prédica martiana ante lo anterior, pues fue muy claro al fustigar que “no se ha de permitir el embellecimiento del delito, porque es como convidar a cometerlo. Ha de ser limpia la casa, y la conducta”, y acorde con ello recalcaba que “en prever está todo el arte de salvar”.