
La ciudad portuaria de Hiroshima iniciaba su vida normal a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando ya Japón estaba prácticamente derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Segundos después, la primera bomba atómica lanzada por Estados Unidos la pulverizó y mató más de 120 mil personas de una población de 450 mil habitantes, dejando otros 70 mil heridos.
Cumpliendo órdenes expresas y tras minuciosa preparación, el bombardero estadounidense B-29 --llamado Enola Gay, por el nombre de la madre del piloto--, lanzó sobre la ciudad de Hiroshima a esa hora de la mañana, desde una altitud de aproximadamente 9,5 kilómetros, la primera bomba atómica, bautizada como Little Boy, que explotó a unos 600 metros del suelo. Ello provocó una gran bola de fuego que llegó a 4000 °C de temperatura en un radio de aproximadamente dos kilómetros, calcinando y destruyendo todo a su paso. También se generó una poderosa onda expansiva que viajó cientos de metros por segundo reduciendo a polvo la ciudad a su paso y matando cientos de miles de personas, de ellos decenas de miles de niños.
El uso del arma atómica contra esa ciudad indefensa es el primer crimen más horrendo cometido en la historia de la Humanidad, por el propósito del gobierno de Estados Unidos, presidido por Harry S. Truman, de amedrentar y someter al mundo a su dictado, sin miramientos. A la enorme explosión siguió un incendio y luego una lluvia torrencial contaminada.
De los 25 kilómetros de superficie de Hiroshima, 10 quedaron pulverizados. Todo lo que estaba vivo un nanosegundo antes de que las nubes en forma de hongo estallaran en el cielo azul, explotaron y luego se evaporaron. Por si fuera poco, solo tres días después, el 9 de agosto, el mismo presidente de Estados Unidos ordenó que el bombardero Bockscar dejara caer la segunda bomba, llamada Fat Man, sobre la ciudad de Nagasaki, donde murieron unas 200 mil personas más.
Hiroshima y Nagasaki se carbonizaron, se desintegraron. El mayor peligro para los que sobrevivieron al bombardeo era la radiación, que no podía percibirse de ninguna forma. Personas que parecían estar bien días, de repente se desplomaban y morían. En otros, las horribles quemaduras formaban queloides insoportables y los órganos internos acababan invadidos por el cáncer.
El bombardeo de Hiroshima fue descrito por la prensa estadounidenses como un mal necesario para acabar con la agresión bélica de Japón y poner fin a la Segunda Guerra Mundial. También agregaron y anunciaron a la Unión Soviética que la ciencia estadounidense se había impuesto en la carrera nuclear. Pero les fue mucho más difícil defender el segundo bombardeo de Nagasaki, ciudad con una de las mayores poblaciones cristianas de Japón.
Estas bombas atómicas fueron las primeras armas de destrucción masiva en utilizarse en una guerra, estaban hechas con material radiactivo fisionable de uranio 235 y plutonio 239. La fisión nuclear es un fenómeno de los átomos radiactivos que les permite romper el núcleo del átomo y generar gran cantidad de calor y que libera radiación ionizante. El 15 de agosto, Japón se rindió.
Estos crímenes masivos de dos ciudades japonesas fueron de los momentos más impactantes de la Segunda Guerra Mundial, que comenzó en 1939 y duró siete años, dividiendo a las naciones del mundo en dos grandes grupos: los Aliados, cuyos principales miembros eran Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y, al otro lado, el llamado Eje, integrado por la Alemania de Adolf Hitler, la Italia de Benito Mussolini y Japón.
Más tarde, las tropas estadounidenses ocuparon Japón hasta 1952: según historiadores, hasta hoy, Japón conserva algunas huellas de aquella ocupación, como la Constitución japonesa, redactada en 1947 principalmente por funcionarios estadounidenses que trabajaban en nombre de la presencia aliada y que sigue en vigor. Igual ocurre con el sistema educativo de Japón y la prohibición de que el país forme un ejército militar.
Casi directamente debajo del hipocentro de la explosión de la bomba atómica existe una estructura conocida como la Cúpula de la Bomba Atómica de Hiroshima, que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), no solo es un poderoso recordatorio de la fuerza más destructiva jamás creada por la humanidad, sino que también expresa la esperanza de la paz mundial y la eliminación definitiva de todas las armas nucleares.
Ocho décadas después, con el apoyo y la aprobación del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el régimen de Israel lleva a cabo una operación de limpieza étnica del pueblo palestino y la destrucción de los edificios y viviendas donde viven unos dos millones de personas en la franja costera de Gaza, en lo que constituye el mayor genocidio de los tiempos actuales donde ya han muerto unas 50 mil personas, de ellos una gran cantidad de niños.
El mismo propósito de imponer por la fuerza su voluntad, Washington desconoce la decisión de reconocer un Estado Palestino desde el mismo momento en que se acordó crear el de Israel, continúa presionando a Europa para que refuercen su inversión en gastos militares y sigan apoyando a Ucrania contra Rusia, y desconoce la decisión de Naciones Unidas de reducir y controlar las armas nucleares que amenazan al mundo con su destrucción definitiva.
La destrucción de Hiroshima y Nagasaki debiera ser el mejor argumento para que los estados, gobiernos y pueblos del mundo contengan las pretensiones imperialistas de Washington y sus aliados para que se logre finalmente un Estado Palestino, se concrete un acuerdo de paz entre Rusia y un gobierno ucraniano sin las pretensiones fascistas que provocaron ese conflicto, y un cese definitivo de la carrera armamentista en el mundo con el estricto control del arsenal nuclear.