Gerardo Abreu Fontán, inclaudicable jefe de la lucha clandestina

Gerardo Abreu Fontán

Gerardo Abreu Fontán fue torturado salvajemente y asesinado por la dictadura batistiana un 6 de febrero de 1958 a sus 25 años, cuando era el jefe de las brigadas de acción del Movimiento 26 de Julio en La Habana y sólo faltaban meses para que se concretara el triunfo de la Revolución Cubana.
Sus captores, pese a las crueles torturas no pudieron arrancarle una palabra al inclaudicable líder revolucionario que murió, hace 66 años, mirando de frente a sus enemigos, los esbirros de la policía batistiana.
Cuando Antonio (Ñico) López partió hacia México para enrolarse en la expedición del Granma, Fontán (como era conocido) asumió la dirección de las brigadas clandestinas y desplegó una actividad tan intensa que atrajo sobre sí la atención de la tiranía que empieza a perseguirlo tenazmente. Una de las acciones organizadas por el joven revolucionario y que tuvo mayor repercusión en la capital fue la colocación de más de 100 bombas en una sola noche.
Luego del desembarco del Granma sus actividades se multiplican, realizando diversas y riesgosas acciones. Las fuerzas represivas persiguen a Fontán constantemente, quien actúa en la más absoluta clandestinidad. En ese período crece el odio de los sicarios contra el infatigable combatiente, quien se gana la admiración, el respeto y el cariño de los otros dirigentes del Movimiento y de los hombres que combatían bajo sus órdenes.
Sobre Fontán, en el acto por el aniversario 50 de su asesinato, expresó Ricardo Alarcón de Quesada, entonces miembro del Buró Político del Partido y presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular: “Hoy les hablo del jefe más querido, del que tanto aprendimos, quien nos sigue dando fuerza y nos guía, ahora y siempre con su modo sabio, suave y firme de dirigir”.
“Llegó a ser para nosotros un mito. Él, que no había avanzado en la enseñanza elemental, dirigió a los jóvenes y estudiantes de la capital y ninguno dudó nunca que Gerardo era el más capaz, el más sensible, el más profundo de nuestros compañeros”, aseveró Alarcón.
Fontán nació en Santa Clara el 24 de septiembre de 1932, en un hogar muy humilde donde apenas tuvo oportunidad de estudiar, y desde muy joven tuvo que trabajar para ayudar al sustento de los suyos. En busca de mejores oportunidades de empleo, a los 11 años se traslada hacia La Habana con su familia, donde desempeña duros oficios, es aprendiz de carpintero, trabaja en una imprenta y durante una corta estancia en su ciudad natal se emplea como peón en el mercado.
Sobre el joven pesa entonces una doble discriminación, por su condición de trabajador humilde y por ser negro. Todo ello fue forjando su rebeldía y lo condujo a ingresar en el Partido Ortodoxo. Al producirse el cuartelazo del 10 de marzo, se entrega al combate frente al tirano. 
Un año más tarde, la Generación del Centenario asalta el Moncada. Una ola de simpatía popular se alzó a favor de aquel contingente heroico y contribuyó decisivamente a abrirle las puertas de la prisión, mediante una amnistía. Por esa fecha regresa a Cuba, procedente del exilio, Ñico López quien había participado en el asalto al cuartel de Bayamo.
Por orientación de Fidel, Ñico López se dio a la tarea de organizar las brigadas nacionales del 26 de julio en la capital, tarea en la que colaboró activamente Fontán inicialmente en tareas de propaganda y logra que cada amanecer aparezcan en las calles habaneras letreros con consignas revolucionarias.
El 6 de febrero de 1958, es identificado por los esbirros de Esteban Ventura Novo y perseguido hasta la calle Santa Rosa, donde lo detuvo una perseguidora que transitaba casualmente por allí. 
Es conducido a la Novena Estación de Policía donde lo torturan brutalmente para obtener información sobre quienes integraban el Movimiento 26 de Julio en La Habana y del lugar donde se ocultaban las armas, sin obtener de él una sola palabra.
Su cadáver presentaba 15 perforaciones producidas por armas de fuego y 57 punzonazos; le habían cortado la lengua y sus órganos genitales estaban completamente destrozados, pero ni aun así pudieron doblegar al valiente revolucionario. Al día siguiente su cadáver apareció al lado del edificio de los Tribunales de Justicia, en lo que es hoy la Plaza de la Revolución.
Más tarde se supo que el conocido asesino Miguelito (El Niño), traidor al movimiento revolucionario, se ensañó disparándole en los brazos y el pecho con un arma de pequeño calibre. Fontán ni habló, ni delató a nadie. Los esbirros no pudieron arrancarle ninguna confesión, ni siquiera reconoció que él era Gerardo Abreu (Fontán).
El pueblo cubano honra la memoria de este joven que demostró con su obra y su vida la verdadera firmeza de un revolucionario.

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