
Un jueves 7 de julio en 1955 partía de La Habana hacia México el joven Fidel Castro Ruz, luego de salir de prisión por la presión popular contra el gobierno de Fulgencio Batista y convencido del principio martiano de que “ha llegado la hora de tomar derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos”.
Iniciaba así un exilio cuyo objetivo era preparar una expedición armada para iniciar en Cuba la Revolución, en un viaje del que “no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”, como expresó antes de viajar en una carta a prominentes líderes políticos. Quienes tomaron con escepticismo su afirmación, tendrían que modificar ese criterio meses después, cuando el líder de la Revolución tocaría tierra cubana por Las Coloradas, a bordo del Yate Granma.
La liberación el 15 de mayo de ese año del entonces reclusorio de Isla de Pinos de los jóvenes asaltantes a los cuarteles Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, pretendía cambian mejorar la imagen de la dictadura tras la terrible matanza contra los jóvenes revolucionarios.
Ya antes de la excarcelación, el periódico La Calle y la revista Bohemia habían denunciado un plan de la tiranía para atentar contra la vida de los revolucionarios y, en especial, de su máximo dirigente, lo cual no impidió que Fidel, el mismo día que salió de la cárcel en Nueva Gerona, proclamara su rechazo a cualquier componenda electoral de la dictadura, y su decisión de emprender el camino seguido por los mambises de 1868 y 1895 para derrocarla.
En su manifiesto de despedida Fidel explicó: “Me marcho de Cuba, porque me han cerrado las puertas para la lucha cívica. Después de seis semanas en la calle, estoy convencido más que nunca de que la dictadura tiene la intención de permanecer 20 años en el poder disfrazada de distintas formas, gobernando como hasta ahora sobre el terror y sobre el crimen, ignorando que la paciencia del pueblo tiene límites”.
Bastaron solo 17 meses en tierra azteca para que Fidel cumpliera su consigna de que en 1956 serían libres o mártires, tras enfrentar muchas dificultades, la vigilancia, planes de asesinato que dirigían los servicios represivos de la dictadura desde la embajada cubana, y las propias redadas de la policía mexicana que ocuparon armas y detuvieron a los revolucionarios.
Poco a poco en ese tiempo se fue formando el contingente que iniciaría luego la guerra de liberación en la Sierra Maestra, uniendo a revolucionarios dispersos en el exilio para iniciar una dura preparación y creando a distancia una retaguardia en Cuba bajo estrictas medidas de compartimentación.
Entre los integrantes del grupo en México estaban un joven médico argentino, Ernesto Guevara, Raúl Castro, un alegre dependiente llamado Camilo Cienfuegos y Juan Almeida, quienes después del desembarco del Granma y numerosos combates se convertirían en comandantes legendarios del naciente Ejército Rebelde.
Los futuros expedicionarios del yate Granma concluyeron su etapa de preparación a fines de 1956, y meses antes, el 8 de agosto de 1956, Frank País se entrevistó con fidel en México para preparar el apoyo del desembarco con acciones armadas en la Isla. También el líder estudiantil José Antonio Echeverría, presidente de la FEU, firmo con Fidel la Carta de México, en la cual acordaron las principales estrategias de la insurrección que apoyaría desde Cuba el estudiantado cubano.
Finalmente, el 25 de noviembre de 1956, con las luces apagadas, el yate Granma, con 82 expedicionarios, navegó por el río Tuxpan hacia el mar abierto del Golfo de México, rumbo a las costas cubanas, donde desembarcarían el 2 de diciembre.