Constitución mambisa de Jimaguayú, pensamiento republicano de Martí

Constitución de Jimaguayú

La Constitución de Jimaguayú, aprobada en plena manigua el 16 de septiembre de 1895, constituyó un avance incuestionable en el empeño por dotar a la guerra organizada por José Martí de una estructura que facilitara y no entorpeciera el logro de los objetivos estratégicos bajo el signo de la unidad.
La prematura muerte del Apóstol impidió que él personalmente organizara y presidiera la nueva República de Cuba en Armas, como era la aspiración de todos los patriotas orientales, camagüeyanos y villareños, que ya combatían juntos desde mayo de ese año tras el alzamiento del 24 de febrero de 1895.
Pese a algunas incongruencias finalmente incorporadas, la Constitución de Jimaguayú quiso cerrar las contradicciones entre civiles y militares que había dejado abierta la Carta Magna de Guáimaro durante la Guerra de los 10 Años, cuando depositó en la Cámara de Representantes toda la autoridad en el plano militar, obstaculizando así la marcha de las operaciones de guerra.
El imprescindible equilibrio de poderes entre los civiles y los militares, por lo que tanto abogó José Martí en su misión unificadora, no se logró en Jimaguayú. En varios artículos, los constituyentes lograron incorporar la intención de subordinar el ejército a los máximos poderes civiles, como la creación de una Secretaría de la Guerra y la facultad conferida al Consejo de Gobierno para otorgar los grados militares desde Coronel a Mayor General.
Igualmente contradecía la intención de no interferir en los asuntos de la guerra el artículo 4, al precisar que “el Consejo de Gobierno solamente intervendrá en la dirección de las acciones militares cuando a su juicio sea absolutamente necesario a la realización de otros fines políticos”, lo cual abrió las puertas posteriormente a interpretaciones sobre qué podría ser un “fin político”.
Con la Constitución de Jimaguayú se enriqueció la tradición de proclamar las Cartas Magnas mambisas en los campos de Cuba libre (Guáimaro en 1869 y Baraguá en 1878), para refrendar el apego de las fuerzas patrióticas a la legalidad, el orden, la justicia, la igualdad y los derechos de los seres humanos.
Fue el Generalísimo Máximo Gómez quien escogió los potreros de Jimaguayú en territorio de Camagüey para la histórica reunión, lugar donde 22 años antes, en 1873, había caído en combate el Mayor General Ignacio Agramonte. Allí el ilustre militar de origen dominicano desplegó sus tropas para proteger a los 20 constituyentes, procedentes de las tres regiones beligerantes (Oriente, Camagüey y Las Villas), que sesionaron entre el 13 y el 16 de septiembre de 1895 en un sencillo bohío de tablas de palma y techo de guano sobre la Carta Magna que habría de suceder a la de Guáimaro de 1869.
La Constitución aprobada regiría en Cuba durante dos años y recogía los principios del pensamiento martiano, establecía un gobierno centralizado como lo había planteado su antecesora de Guáimaro, pero, a diferencia de ésta, unía en el Consejo de Gobierno los poderes legislativo y ejecutivo. La última contienda bélica contra el colonialismo español contó entonces con este trascendental cuerpo legal.
Máximo Gómez fue designado General en Jefe del Ejército Libertador Cubano y Antonio Maceo, Lugarteniente General. Un mes después de su proclamación y en cumplimiento de una de sus principales decisiones, el Generalísimo Máximo Gómez Báez y su Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales encabezarían la invasión a Occidente, considerada por especialistas militares de diversos países el hecho de armas más audaz del siglo XIX.
En los cruentos combates, en las marchas agotadoras y los momentos más aciagos de esa proeza, las fuerzas patrióticas entonaron siempre las notas del Himno Invasor, escrito en plena manigua por Enrique Loynaz del Castillo, uno de los redactores de la histórica Constitución de Jimaguayú: ¡A Las Villas valientes cubanos! / A Occidente nos manda el deber / De la Patria arrojar los tiranos / ¡A la carga: a morir o vencer!
“Cada Constitución mambisa respondió a una etapa y un momento diferente. La de Jimaguayú tiene la característica de que ya se tiene la experiencia de diez años de guerra y ha estado el pensamiento organizador de José Martí en todo el proceso: hay un Partido Revolucionario Cubano, un periódico Patria, los discursos y el trabajo organizativo de Martí. La Revolución del 95 necesitaba también su Ley de leyes. Por otra parte, los españoles habían impuesto en Cuba la Constitución de 1976. Por tanto, en la Isla regían en ese momento dos constituciones paralelas: una española para territorio español y una cubana para territorio mambí”, escribió el historiador Eduardo Torres Cuevas.
En septiembre de 1895 casi las tres cuartas partes del territorio cubano estaban ya en pie de guerra contra el régimen colonial español para lograr la ansiada independencia, por la que miles de cubanos habían ofrendado sus preciosas vidas en la manigua redentora. Llegar a ese crucial momento solo fue posible gracias a la incansable labor desplegada por José Martí para concebir, afianzar y consolidar la unidad revolucionaria entre los veteranos patriotas de la Guerra de los Diez Años y aquellos que se aprestaban a seguir las huellas libertarias de sus padres y abuelos.
Fieles a quien fuera “el alma del levantamiento”, como en su momento definiera Martí al Generalísimo Máximo Gómez, sus compañeros de lucha decidieron dar continuidad a su legado con la creación del Estado Nacional de Cuba en Armas, propósito concretado en la Asamblea Constituyente de Jimaguayú.

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