
Los pobladores de Santiago de Cuba vieron con asombro caer sobre sus cabezas el 31 de mayo de 1898 las bombas lanzadas por la escuadra naval estadounidense anclada en la entrada de su bahía, sin saber aún que era el inicio de la guerra que frustraría el triunfo independentista de los mambises.
Santiago de Cuba, la segunda ciudad de importancia del país, estaba pobremente defendida por obsoletas baterías navales españolas, algunas de bronce del siglo XVIII de carga por la boca, y las tropas mambisas tenían rodeada la Villa, lo cual aprovecharían los estadounidenses hace 126 años con engaños para facilitar el desembarco de sus tropas e impedir luego la entrada a los mambises.
La Escuadra Española del Almirante Pascual Cervera en la bahía santiaguera había quedado embotellada por la orden del Almirantazgo de no salir a combatir en mar abierto a la escuadra norteamericana, considerando su menor número de unidades sobre los atacantes y sus barcos obsoletos o con armamento incompleto, lo que los convertiría en un tiro al blanco para la flota enemiga cuando salieran.
Los antecedentes de estos hechos se remontan al 15 de febrero de 1898, cuando explotó en el puerto de La Habana el acorazado Maine de Estados Unidos, que estaba en Cuba en una visita no anunciada. La explosión del Maine nunca fue esclarecida y para muchos estudiosos fue una provocación fríamente calculada donde murieron 254 marinos y solo dos oficiales, pues el capitán y casi toda su oficialidad estaban en una fiesta en tierra.
Estados Unidos entonces acusó a España de la explosión y de inmediato le declaró la guerra el 25 de abril de ese año con la aprobación del Congreso de Washington. Sin embargo, desde tres meses antes el gobierno estadounidense había decretado un bloqueo naval a la isla de Cuba sin que mediara declaración de guerra alguna, y la marina española había sido puesta en alerta ante la inminente guerra de rapiña en las costas cubanas por los intereses del naciente imperialismo yanqui y sus viejos sueños de apropiarse de la Isla.
Para esa fecha, Cuba estaba inmersa en la reanudación de la contienda independentista convocada por José Martí, e iniciada el 24 de febrero de 1895, y los estadounidenses alegaron falsamente que su intervención era en favor de los mambises cubanos, pero con el verdadero propósito de impedir la victoria de los independentistas cuando la derrota de la metrópoli era cuestión de tiempo.
Hasta tiempos más recientes llegaron testimonios de esos infructuosos bombardeos y de los hallazgos de proyectiles sin explotar encontrados en las cercanías de Santiago de Cuba, que constituyeron las primeras salvas de la guerra hispano cubana norteamericana.
La bahía de la capital del oriente cubano era un lugar aparentemente seguro, pues al enemigo le resultaba casi imposible entrar, pero resultaría muy difícil salir a los barcos españoles. Cervera estaba convencido de la imposibilidad de su escuadra de mantener un enfrentamiento directo con los estadounidenses, dada la manifiesta inferioridad y disminuida operatividad de sus barcos.
La escuadra española estaba compuesta por un crucero acorazado (Cristóbal Colón), pero en el cual no se había aún colocado su armamento principal, tres cruceros protegidos (Infanta María Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo) y dos modernos destructores contratorpederos (Plutón y Furor). Estos buques se enfrentaban a cuatro acorazados modernos de Estados Unidos (USS Texas, similar al Maine, USS Iowa, USS Indiana y USS Oregon), dos nuevos cruceros acorazados (USS Brooklyn y USS New York), un cañonero (USS Ericsson) y tres cruceros auxiliares (USS Gloucester, USS Resolute y USS Vixen).
La escuadra bloqueada del almirante Cervera recibía todo tipo de presiones por los dirigentes de Madrid para que presentara batalla a la escuadra estadounidense que permanecía fuera del puerto esperando la salida de los buques españoles. Por las noches siempre había dos buques estadounidenses vigilando e iluminando con sus proyectores la bocana de salida sin que las baterías de costa pudiesen molestarlos.
Cervera, convencido de su inferioridad, decidió salir a combatir en las primeras horas del día 3 de julio, navegando hacia el oeste y pegado a la costa para salvar el mayor número de vidas posibles. Así finalmente ocurrió cuando la flota española fue destruida y los buques españoles quedaron embarrancados cerca de la orilla. Los datos más fiables de esa batalla naval sobre las víctimas reseñan un marinero estadounidense muerto y dos heridos leves frente a 343 muertos, 151 heridos y 1890 prisioneros españoles.