
Francisco Vicente Aguilera y Tamayo fue uno de los hombres más ricos de Cuba. Entregó toda su fortuna a la causa de la independencia contra la colonización española. y dedicó su vida a luchar por ella.
Murió finalmente en el exilio, enfermo y pobre, el 22 de febrero de 1877, hace 146 años, casi congelado por el frío de Nueva York, con los zapatos agujereados y la frustración en el alma por no poder retornar a su querido país.
José Martí, calificó a Aguilera en el periódico Patria, el 16 de abril de 1892, como “el millonario heroico, el caballero intachable, el Padre de la República”. Uno de los pasajes más conocido de su vida como revolucionario recuerda que cuando le consultaron sobre la decisión de quemar la ciudad de Bayamo, donde estaban varias de sus propiedades domésticas, su respuesta tajante fue: “Nada tengo mientras no tenga Patria”. Las propiedades de Aguilera ardieron por sus propias manos.
Desde su corazón parecen trepidar las palabras que le enviara a su compatriota José María Izaguirre: «El día que tengamos Patria no tocaremos las ruinas de nuestro viejo Bayamo, las conservaremos tal y como están, que nuestros descendientes vean de lo que eran capaces sus abuelos».
Del rico terrateniente bayamés se decía que podía enchapar en oro el suelo de su casa y murió en la mayor miseria por entregarlo todo a la libertad de Cuba. Historiadores cuentan que el patriota poseía unos dos millones 700 mil pesos de la época y cuatro mil 136,50 caballerías de tierras, entre haciendas, potreros, ingenios azucareros, cafetales, además de miles de cabezas de ganado y de caballos, panaderías y otras inversiones.
“Pancho” Aguilera nació el 23 de junio de 1821, hijo del coronel Antonio María Aguilera y Juana Tamayo Infante. Al morir su hermano mayor quedó como único heredero, estudió en Bayamo, luego en Santiago de Cuba y finalmente en La Habana la carrera de abogado de la cual se graduó en 1846.
En el año de 1848 contrajo matrimonio en Santiago de Cuba con Ana Kindelán y Griñán, con quien tuvo diez hijos y ésta lo acompaño en sus luchas y exilio.
La toma de conciencia en Aguilera se manifiesta desde su juventud. En 1851, con 30 años, ya era miembro y su jefe en Bayamo de la conspiración liderada por el camagüeyano Joaquín de Agüero, quien proyectaba un alzamiento separatista nacional. También en unión de Carlos Manuel de Céspedes, pretendió iniciar un levantamiento contra el colonialismo español y cuyas primeras acciones serían tomar las ciudades de Bayamo y Manzanillo.
Aguilera se alzó desde sus inicios en 1868 y alcanzó en la guerra el grado de Mayor General, Lugarteniente General de Oriente, desempeñó el cargo de Secretario de Guerra, y luego el de vicepresidente de la República en Armas, cargo con el que partió de Cuba, en 1871, hacia Nueva York, encargado de eliminar las pugnas de los emigrados y reunir recursos y armas para la lucha.
Posteriormente, en Cayo Hueso Martí volvió a resaltar la figura del prócer bayamés.” De las grandezas de Aguilera está llena toda su vida: la aceptación de la jefatura de Céspedes; la quema de sus propiedades; la vicepresidencia de la república, su angustioso peregrinar buscando por el mundo los recursos para la guerra y el reconocimiento de la república mambisa; el sacrificio de su familia; las luchas contra el divisionismo; su modestia, su honestidad a toda prueba, lo convierten en el símbolo genuino de los iniciadores de nuestra guerra de independencia y de la República “con todos y para el bien de todos”, laica, libre y la cual fuera expresión de la “dignidad plena del hombre”.
Fue tanta la desidia que padeció Aguilera en Estados Unidos que finalmente, al no poder armar una gran expedición y carente de recursos, decidió regresar a Cuba. El 22 de abril de 1876 efectuó su último intento de traer una expedición independentista a Cuba. Llegó a Las Bahamas, donde pretendía abordar el Buque Anna, y al no encontrarlo se dirigió a Nassau. El 12 de junio embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Arribó a Nueva York el 15 de agosto de 1876. Ya se encontraba gravemente enfermo del cáncer de laringe que lo aquejaba, pero aun así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en un bote.
El 22 de febrero de 1877 falleció en Nueva York, a sus 55 años, mientras trabajaba por la unidad de la emigración cubana rodeado de su esposa e hijos, sin haber podido cumplir su mayor anhelo: libertar a su Patria; ni su sueño de regresar a Cuba con una fuerte expedición. Los restos de Aguilera reposan finalmente en Bayamo desde 1910 tras su traslado a Cuba.