
El comandante del Ejército Rebelde Andrés Cuevas Heredia cayó combatiendo heroicamente el 19 de julio de 1958, hace 65 años, en Santo Domingo, en Purialón, Sierra Maestra, durante la Batalla de El Jigüe, a los 43 años, luego de una historia de valentía y firmeza desde 1957 cuando ingresó a la guerrilla.
El propio día de su muerte siendo capitán, el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, expidió una orden militar donde lo ascendía a comandante del Ejército Rebelde, la cual consignaba: "Sierra Maestra julio 19-58. 5.30pm. Orden Militar. Se asciende póstumamente al grado de Comandante del Ejército Rebelde por su ejemplar conducta militar y su heroico valor al Capitán Andrés Cuevas, muerto en el día de hoy, cuando avanzaba sobre el enemigo. En lo adelante se mencionará su nombre con el grado de Comandante. Márquese el sitio de su sepultura para construir allí un obelisco que perdurará con el recuerdo imborrable de todos sus compañeros de ideal.”
Andrés Cuevas nació el 2 de julio de 1915 en la finca donde vivían sus padres en Sabana, Camajuaní, antigua provincia de Las Villas. Era hijo de los campesinos Andrés Cuevas Portal y Caridad Heredia Herrera, y por su humilde origen sólo asistió a la escuela primaria rural de la Sabana hasta quinto grado.
Sus primeras tareas como trabajador fueron en diversas labores agrícolas como cortador de caña en el Central Jaronú, después Brasil, en Camagüey, donde demostró su carácter enérgico y justiciero al oponerse a los abusos que cometían los mayorales.
En 1947 se une con Antonia Jiménez, con la cual tuvo cuatro hijos, y del Central Jaronú pasó a trabajar en la Base Naval de Guantánamo como obrero de 1950 a 1952, año en que fue cesanteado. Al quedar sin empleo regresó a la Sabana y volvió a trabajar en el campo con sus padres, quienes eran arrendatarios de un latifundista. Trabajó en el campo, abrió una bodega, fue vendedor ambulante y también se dedicó a la compra-venta de ganado.
Se opuso a todas las injusticias, no pudo ver con calma el golpe militar del 10 de marzo que instauró la tiranía de Fulgencio Batista. Entonces simpatizaba con el Partido Auténtico, pero pronto comprendió que esa organización no podía cambiar el panorama nacional.
Con el desembarco del Granma valoró a esta nueva fuerza como la única capaz de enfrentar la tiranía. Marchó a la Sierra Maestra a mediados de 1957, e ingresó en el Ejército Rebelde en la Columna No. 1 José Martí al mando del comandante Fidel Castro.
Participó en su primer combate con un arma prestada y desde su bautizo de fuego sobresalió por su decidido avance hacia el adversario, de pie, sin medir los riesgos y peligros. A fuerza de valor y capacidad le fue asignado un pelotón.
Estuvo entre el selecto grupo de combatientes a quienes les confiaron las misiones más importantes y los lugares decisivos. Participó en los combates de San Ramón, Pino del Agua I, El Salto, Veguitas, Pino del Agua II y contra la ofensiva del Ejército Nacional de Batista en el Alto de la Caridad, Santo Domingo, Meriño y finalmente en la Batalla de El Jigüe.
Al frente de su pelotón, junto a los capitanes Eduardo (Lalo) Sardiñas y Ramón Paz Borroto, tuvo una participación decisiva en la emboscada tendida en Purialón para aniquilar los refuerzos enemigos que iban a socorrer al Batallón 18, sitiado en El Jigüe por la tropa del capitán Guillermo García y otras fuerzas. Fidel siguió los detalles y dirigió personalmente esa importante batalla.
El Comandante en Jefe cursó instrucciones a Cuevas, Lalo Sardiñas y Paz para la acción en curso. Los días 17 y 19 de julio se produjeron violentos combates y Cuevas cumplió cabalmente su misión. En el encuentro contra el Batallón Los Livianos –último refuerzo enviado por el ejército con la ilusión de sacar a las tropas cercadas en situación desesperada–, destruyó a la vanguardia, combatió con tenacidad bajo el fuego de la artillería, la aviación y las armas de infantería y, cuando el enemigo agotaba sus fuerzas y la rendición era evidente, Cuevas, como era su hábito, salió de su posición con la presumible intención de precipitar su capitulación, avanzó decididamente hacia el adversario, y fue derribado por una ráfaga que segó su vida.
En Purialón, a pocos metros de donde cayó, la Revolución triunfante levantó un monumento que perpetúa la memoria de uno de los más queridos y aguerridos combatientes, de los más audaces y capaces jefes del Ejército Rebelde.