La Historia me Absolverá, el programa que sí cumplió la Revolución (I)

La Historia me Absolverá

Pocas veces en el mundo se cumple el programa de una Revolución hecho público antes de conquistar el poder, como sí ocurrió con el del Moncada contenido en el alegato de autodefensa de Fidel Castro hace 72 años por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Conocido posteriormente como La Historia me Absolverá, el alegato de autodefensa de Fidel Castro en el juicio en su contra comenzado el 16 de octubre de 1953 por los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo el 26 de julio anterior, trazó el rumbo de la Revolución triunfante en 1959.
Ante ese juicio, Fidel, entonces licenciado en Derecho Civil, decidió asumir su propia defensa, aclarando que “nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones y nunca contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades”, sin poder siquiera ver el sumario.
“Se me tiene 76 días incomunicado en una celda, sin hablar con nadie ni ver siquiera a mi hijo; se me conduce por la ciudad entre dos ametralladoras de trípode, se me traslada a este hospital para juzgarme secretamente con toda severidad y un fiscal con el Código en la mano, muy solemnemente, pide para mí 26 años de cárcel”, afirmó en su parte introductoria.
“Que hablen por mí los números, emplazó Fidel. El 27 de julio, en su discurso desde el polígono militar, (el tirano Fulgencio) Batista dijo que los atacantes habíamos tenido 32 muertos y al finalizar la semana los muertos ascendían a más de 80. ¿En qué batallas, en qué lugares, en qué combates murieron esos jóvenes?, preguntó irónicamente.
“Antes de hablar Batista se habían asesinado más de 25 prisioneros; después que habló Batista se asesinaron 50”, recalcó para emplazar públicamente al tirano a que explique a la nación los asesinatos “¡fue mucha la sangre! La nación necesita una explicación, la nación lo demanda, la nación lo exige”.
“El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros”, dijo tras recordar que el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), general Martín Díaz Tamayo, llevó directamente desde La Habana las órdenes del alto mando militar luego de una reunión donde participó Batista.
Reveló Fidel que el jefe del SIM dijo entonces que era “una vergüenza y un deshonor para el Ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y que había que matar 10 prisioneros por cada soldado muerto. ¡Ésta fue la orden!  ¿Quién les dijo que el honor de un Ejército consiste en asesinar heridos y prisioneros de guerra?”
“En las manos de esos militares pereció lo mejor de Cuba: lo más valiente, lo más honrado, lo más idealista. El tirano los llamó mercenarios, y allí estaban ellos muriendo como héroes”, y reveló que en medio de las torturas les ofrecían la vida si traicionaban su posición ideológica “y como ellos rechazaban indignados tal proposición, continuaban torturándolos horriblemente”.
“Muchos lugares solitarios sirven de cementerio a los valientes. Algún día serán desenterrados y llevados en hombros del pueblo hasta el monumento que, junto a la tumba de Martí, la patria libre habrá de levantarles a los “Mártires del Centenario”, auguraba Fidel lo que ocurrió tras el triunfo revolucionario.
“Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas”, enfatizó.
“! Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto”, y aclaraba al tribunal que “por ninguna razón del mundo callará lo que debe decir”, frente a un centenar de soldados con ametralladoras y bayonetas que invadían escandalosamente la improvisada sala de justicia en un hospital.
Reveló Fidel que después del golpe militar del 10 de marzo, se presentó en el viejo caserón de la capital donde funcionaba el tribunal competente, que estaba en la obligación de promover causa y castigar a los responsables de aquel hecho, y presentó un escrito denunciando los delitos y pidiendo para Batista y sus 17 cómplices la sanción de 108 años de cárcel como ordenaba imponerle el Código de Defensa Social, con todas las agravantes de reincidencia, alevosía y nocturnidad, pero nada hicieron los tribunales de justicia.
Refutó también, una por una, todas las infamias que circulaba la tiranía por la prensa nacional para desprestigiar a los revolucionarios, y comenzó aclarando que “era una nueva generación cubana con sus propias ideas, la que se erguía contra la tiranía, de jóvenes que no tenían apenas siete años cuando Batista comenzó a cometer sus primeros crímenes en el año 1934”.
Calificó de “mentira del millón” el haber recibido cuantiosos fondos para esos asaltos y precisó que “si con menos de 20 mil pesos armamos 175 hombres y atacamos un regimiento y un escuadrón, con un millón de pesos hubiéramos podido armar ocho mil hombres, atacar cincuenta regimientos, cincuenta escuadrones” y recalcaba que “por cada uno que vino a combatir, se quedaron veinte perfectamente entrenados que no vinieron porque no había armas.
Subrayó que “consecuentes con nuestros principios, ningún político de ayer nos vio tocar a sus puertas pidiendo un centavo, y nuestros medios se reunieron con ejemplos de sacrificios que no tienen paralelo”. 
Refutó también lo dicho por Batista de “que los atacantes eran un grupo de mercenarios entre los cuales había numerosos extranjeros; que la parte principal del plan era un atentado contra él —él, siempre él—, como si los hombres que atacaron el baluarte del Moncada no hubieran podido matarlo a él y a veinte como él, de haber estado conformes con semejantes métodos”.
En este histórico alegato Fidel demostró la justeza legal de enfrentar una tiranía criminal y recordó que “se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete”.
“Se nos enseñó, acotó, lo que, para la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro cuando decía: Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. [...] En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...”


 

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